Señores, los maestros del costal

Hay unas personas a las que nadie ve, quizás porque no quieren ser vistos

Un costalero se prepara y se ajusta el costal con la ayuda de un compañero de cuadrilla.

23 de marzo 2016 - 01:00

LA representación visual en la calle de la Semana Santa es obra de muchas personas: sacerdotes, cofrades, imagineros, floristas, cereros, plateros, fieles a pie de calle. Y así, hasta casi un sinfín de hombres y mujeres que rezan a sus vírgenes y a sus cristos ofreciéndoles una plegaria a través de sus destrezas, de su arte, de sus olés, de sus lágrimas, o de sus silencios.

Pero hay unas personas a las que nadie ve, quizás porque no quieren ser vistos. Años atrás se conocían como cargadores; más recientemente, costaleros, hermanos costaleros. Pero a raíz de la letra de una saeta, le oí llamarles "Señores, maestros del costal". Bien definido, Jeromo Segura, saetero, flamenco. ¡Olé! Señores del costal. Te lo oí cantándole al Cristo de las Tres Caídas, en su barrio, en la Huerta Mena, una noche de Lunes Santo.

Sin los señores del costal, la Semana Santa no sería la representación que nos llega al alma, la que nos hace estremecernos a cada levantá, a cada chicotá, a cada racheado de pies humildes, de alpargatas, de hombres y mujeres anónimos que cuando portan sobre sus cuerpos a sus cristos, y mecen a sus vírgenes, les están dando vida en las calles. Se las están ofreciendo a todos, creyentes religiosos o no. Cristo y su bendita Madre pasean por cada una de nuestras calles, visitándonos a las puertas de nuestras casas y entrando en nuestros corazones, en nuestros sentimientos y en nuestras almas, gracias a los señores del costal.

Hay que ver a esos señores cuando ensayan, sin estar cubiertos por esos pudorosos paños que cuelgan de las canastillas los días de la Semana Grande. La concentración a la voz del capataz avisando del martillazo final, sus posturas en las trabajaderas, la arenga devota y flamenca del capataz para que los señores del costal se preparen en cuerpo y alma para la levantá. El crujío de las maderas, de las trabajaderas, y de sus cuerpos, dejando unos segundos el paso por encima del suelo y hasta de ellos mismos, para volver a caer sobre sus hombros. Ese crujío de maderas y cuerpos te rasga el alma. Seguro que a ellos les crujen los huesos, pero a nosotros nos cruje el corazón. Hermanos fieles, id a ver y sentir todo eso en un ensayo. Y así, en la Semana Mayor, cuando los señores del costal estén tapados los seguiremos viendo tal como son, hombres y mujeres haciendo un esfuerzo que sólo se entiende a la luz de la fe y de la devoción. Y no cabe duda que muchos fieles a pie de calle así lo entienden cuando rompen en aplausos a cada levantá, a cada movimiento a compás de la música, a cada mecida a su Virgen. Porque saben que tras esos paños están los señores del costal, y saben de su esfuerzo. Y cuando portan a su Cristo, y a la voz última del capataz lo levantan al grito de al cielo, no cabe duda que la oración de su esfuerzo sube efectivamente al Cielo. Y Cristo, el mismo el divino que el humano oye vuestra oración y se hace más presente entre nosotros.

Y aunque todo esto se observe sin ser cofrade; aunque se viva sin tener fe; aunque se vea sin entenderlo, que sientan el arte y la música, y la oración que significa llevar a sus cristos, andando, despacito y a compás, con el esfuerzo y el alma de esos señores, olé olé por ustedes, señores, maestros del costal.

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