Diálogos cofrades
Las zambombas
3la salud
LA devoción reinó ayer en el barrio de Pérez Cubillas, donde la valentía de la hermandad de la Sentencia se impuso a la incertidumbre que sobrevoló el inicio de su estación de penitencia en una tarde de claroscuros. Aún embargados por la desazón del Lunes Santo, en la que la amenaza de lluvia canceló las procesiones del Perdón, Cautivo y Tres Caídas, y el temor que infundían los negros nubarrones que empezaban a entornar el cielo azul, los devotos del Cristo de la Sentencia rezaban en silencio implorando una tregua climatológica que llegó puntual en forma de rayos de sol cuando el reloj marcaba el inicio de su penitencia. Pese a la amenaza de lluvia que ofrecían todos los partes meteorológicos, especialmente entre las 17:00 y las 19:00, el hermano mayor de la más joven del Martes Santo, Francisco Javier Márquez, decidió asumir el riesgo, persuadido por los rostros iluminados de la feligresía. No hay vuelta atrás, ni siquiera para requerir la hora de moratoria. A las trabajaderas.
Son las 15:15. El sol aprieta más que nunca y el anexo de la Parroquia de San Francisco de Asís, la denominada catedral de chapa, abre sus puertas al ritmo de los sones para vislumbrar los ojos verdes del Señor de la Sentencia, obra de David Valenciano. Llega el momento más emotivo, el de la primera levantá, dedicada a las víctimas del atentando de Bruselas, durante la que se hace el silencio. Empatía. Lágrimas.
La cruz de guía franquea las puertas del templo, bajo cuyo dintel se recorta la figura del Cristo anticipando una segunda chicotá que la cofradía dedica a la obra social que todas las hermandades desarrollan durante todo el año en sus comunidades. Los aplausos acompañan al majestuoso paso del Señor de la Sentencia, que estrena la primera fase del tallado frontal de la canastilla. La Sentencia ya está en la calle y el gozo ilumina los rostros de una abarrotada calle Río Guadalquivir, donde late la devoción al ritmo que se mece el paso de misterio en uno de los barrios de la capital donde la humildad habita en cada esquina, en cada corazón.
Nada más abandonar su templo, el cantaor Antonio González lee la sentencia de Pilatos que da nombre al paso, que se lleva la ovación de sus devotos cuando, a instancias del equipo de capataces, los costaleros dedican la tercera chicotá a sus compañeros de las hermandades del Perdón, Cautivo y Tres Caídas, que aún se lamentan por las inclemencias meteorológicas que dilapidaron su ilusión en un gris Lunes Santo.
El cielo se va encapotando conforme el cortejo recorre las calles del barrio, donde las miradas a la imagen de Nuestro Señor al Pueblo se simultanean con otras de temor cuando las primeras gotas de la tarde llevan la zozobra a la muchedumbre. Es sólo un conato. La fe, las ganas de Semana Santa tras un inicio accidentado, contienen a los negros nubarrones que, espoleados por el cambio en la dirección del viento, se convierten en espectadores de una dichosa estación de penitencia que enciende el orgullo de todo un barrio cuando enfila la Carrera Oficial. La fe pudo con la duda.
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