La Madrugá de Huelva es la noche de los colores
Crónica
El Nazareno centra todas las miradas de los onubenses en una jornada para el recuerdo
La pena que tiene el Nazareno es no ver el telón estrellado cuando sale el viernes por la noche. Es la misión del cirineo. Contarle los colores que la cruz a cuestas le impide ver. La cara oculta de la luna se puso del revés anoche para alumbrar el camino al que va a subir al madero. El cielo, a esa hora taciturna, era negro café en un alarde de ostentar un luto que no llevaba a ningún lado. Porque fue cruzar el dintel de la Concepción cuando el techo de Huelva comenzó a tomar una tonalidad carbón envuelta en una nube de incienso.
Mientras que el arcoíris hacía su particular estación de penitencia, los onubenses teñían su corazón buscando la mirada de Jesús Nazareno. Y no para perderse en ellos. Sino para encontrarse. Son los rostros que se miran en el rostro de Dios. Era Madrugá en Huelva. Era la noche del Señor.
La pena que tiene el Nazareno era no ver un cielo colmado de estrellas. Ya había mutado a un negro metálico. Y mientras el cirineo se lo iba contando, Huelva sujetaba la cruz para redimirse de los pecados. Cristo andando y Huelva llorando. Son las cosas que tiene Huelva cuando el Señor sale a su paso.
El cielo ya era un azul cobalto con el cante de los pájaros. Una nueva pintura. Y un cantar desesperado, que se iba comiendo el terreno Cristo en su viernes soñado. Y Huelva, a dos bandos, calmaba mientras la amargura de su Madre. "¿Cómo parar esta historia que termina en el calvario?". Es la magia de esta noche. Un enigma enrevesado que nadie ha sabido entenderlo entre las horas y cuarto. Ya el cielo es un atlántico. Y sin quererlo y sin probarlo, huele a churros en el centro. Huele a Huelva a cada paso. Que está el Señor en la calle. Que está el Nazareno andando.
El azul grisáceo tornó a un color ártico que ni en el mismo paraíso tienen la suerte de contarlo. ¿Será el cirinero tan exacto al expresarlo? Mira que se le va la vista en el vuelo violáceo de una túnica tan sencilla en la que no caben más milagros. Huelva llenó la calle. Y cambió el negro cielo por el soleado. Y tuvo que empezar la luna a guiarle los pasos para que acabasen los onubenses dándole la mano. Que este Cristo siempre sube al calvario porque quiere llegar al cielo de Huelva para colmarlo de milagros.
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