La tediosa cabalgata de un país (y un París) que dejó de sorprendernos

Con los defectos y lastres de siempre cuando han de desfilar 205 países, la apertura de París 2024 ha sido una fiebre pasada por agua que debe quedar en el olvido salvo para tomar nota de cara al futuro

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La delegación olímpica española en el barco por el Sena
La delegación olímpica española en el barco por el Sena / Fotos: EFE
Francisco Andrés Gallardo - Jefe de sección de Vitally

27 de julio 2024 - 08:47

Ya pasó, menos mal. Temíamos lo peor y al final los más pesimistas pronósticos se cumplieron. Una ceremonia larga, arrastrándose por la tierra seca aunque no le faltara agua ni por el rio ni por la copiosa lluvia. Incluso el factor de la mala suerte meteorológica, vaya, jugó en contra. Con un tiempo desapacible esta ruta interminable por bateux zarandeados por el Sena y estas actuaciones al aire libre daban en pantalla una sensación fría, aún más alejada, más descorazonadora. En casa nos estábamos calando hasta los huesos con 40 grados entrando por la ventana.

Ultilizar el término pretencioso ya es algo pretencioso de por sí, pero es el adjetivo que queda en la mente tras tantas horas de recorrido turísitico (en el más flaco sentido de la palabra) por París, actuaciones muy francesas por lo reincidente y montajes eurovisivos que nunca se acababan. Hasta los propios videoclips que querían resumir lo más brioso de otros Juegos, la sublimación de emociones deportivas e históricas, terminaban por empachar de inapetencia, incluso de desencanto. Todo demasiado extenso. Quien mucho abarca poco aprieta, nos insistían en su consejo las abuelas juiciosas y en el día de los abuelos se comprobó que eso de retransmitir cosas que suceden a lo largo de tantos kilómetros cuadrados es un riesgo por falta de proximidad, por defecto de precisión. No hay realizador que pueda contarlo bien. En la 'intimidad' de un estadio es más fácil concentrar una narración, subrayar las emociones. Y faltó 'intimidad', que es ese clima cuando el espectador cree que le están contando las cosas a él solo aunque esté rodedado de cientos de miles de personas más. Faltó sinceridad, que tal vez falta en la propia organización olímipica. Y si está cayendo la mundial lo mejor que se puede desear es que el asunto acabe pronto, que no podía ser así, y esperar que esta mojada no se deje por el camino unos cientos de pulmonías entre participantes y espectadores.

Un espectador se refugia en el paraguas para contemplar el desfile de países
Un espectador se refugia en el paraguas para contemplar el desfile de países

Sobre el papel se temía que el desfile náutico de participantes podía ser un churro y, efectiva y lamentablemte, fue así. Leído en un papel, como se esbozaría esta ceremonia, parecía convencer de que incluso era una buena idea rentable: que todo París, el París turístico, fuera escenario y protagonista, en un prolongado spot donde el inevitable desfile de 205 países, entre delegaciones extasiadas y personajes más lacónicos (y el contraste incómodo de los barcos soberbios de las potencias y las barquichuelas, pateras, de naciones pequeñas), se fuera intercalando con números y momentos. Una cabalgata con intermedios en lugar de ser el machacón repaso de banderas, países esperados y lugares que hay que buscar por wikipedia. Pero ni siquiera se veía a la mayoría de los abanderados, tapados por los letreros. Y siempre nos parecerá que a nuestro país (el de cada cual) se le dedica poco tiempo, pero en el caso español ciertamente así fue. Los narradores de RTVE, Ernest Riveras y Marcos López, se contagiaron del desastre en una retahíla de datos de tuntún y el inicio de Julia Medina, que impidió tomar contacto con las primeras imágenes, fue un exceso parlanchín incomprensible. Si una ceremonia es contundente y narrativa (lo fue la de Barcelona, que rompió tendencia; lo fue la de Londres, tal vez la más conseguida en este siglo) sólo es necesario contar lo justo. El espectador lo está viendo. E incluso en este tedio fluvial se hacían largos los momentos más incandescentes, como el del caballo apocalíptico trotando por el agua.

La lluvia, además, provocaba un triste fallo de raccord entre lo grabado (con una ciudad luminosa) y lo que se gestaba en directo (un cielo plomizo y una lluvia incesante).

Marie-Jose Perec y Teddy Riner con las antorchas
Marie-Jose Perec y Teddy Riner con las antorchas

Era una idea que se tambaleaba por momentos y la realidad de montarla en la ribera más fotografiada del mundo nos convenció a todos del error. Era bien visible que una apertura tan ancha en todos los aspectos iba a desvanercerse como un mal soufflé audiovisual (perdón por este tópico). Lo salvaba reconocer algunos rostros, Zidane (nada más empezar), Nadal y Serena, Parker, Dion. Y pequeños homenajes en vídeo, como el dedicado a la ciencia ficción. Y lo que puede lamentarse es que realmente París lo tenía todo para sorprender, con la Torre Eiffel iluminada como el telón de postal más deseable para cualquier viajero, y con el indiscutible bagaje de valores, historia, cultura y tópicos del país vecino. Francia lo ha sido todo en reconocimiento, en innovación, en vanguardia del espectáculo y de la moda, pero a estas alturas del siglo XXI a través de lo visto en su tarjetón de cuatro horas, es un país menos moderno de lo que se creían. No menos moderno por inclusión, diversidad. Ni por sensibilidad, por supuesto. No se trata de fantasear con la moda y montar francachelas estridentes. Es modernidad por conexión. Es ser amenos y emocionantes. Lo que se les pedía. No han sabido entretener. Ni comunicar. Francia no ha sabido sorprender de verdad. Todo lo que se vio este viernes, a veces a duras penas, ya es como si lo hubierámos visto otras veces. Lo hemos visto incluso en Eurovisión, que ya comienza a ser un rollo para los que siempre lo hemos defendido.

Hasta Macron estaba más estirado que nunca. El camino hubiera sido más bonito tomando por Las señoritas de Rochefort (sólo hubo un instante, al principio con Zidane) que por la peor parodia de Delicatessen. Lo mejor de todo es que, al fin, la temida cabalgata por el río ya pasó. Lo sucedido este viernes en París es para que tomen nota los organizadores de ediciones futuras. Y no es cuestión de inclusión ni de igualdad, es cuestión de pensar realmente en el público global que empieza a pensar que estos de los Juegos Olímpicos parece algo superado.

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