María del Monte: la televisión y pico
El no-beso de María del Monte a su esposa Inmaculada Casal cuando concluía su entrevista tras la entrega de la medalla de Andalucía levanta polémica
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Al final lo más comentado del Día de Andalucía ha sido el no-beso de María del Monte a su esposa, Inmaculada Casal, que estaba feliz por entrevistarla nada más recibir la medalla concedida por el presidente de la Junta. Enhorabuena a los premiados. La que fuera símbolo de las sevillanas en los años de esplendor representa otras cosas en estos tiempos. Además de cantante es una solvente presentadora y anfitriona de galas y mesas. Y aporta su visión sabia (María siempre ha sido una mujer sabia) en las tertulias donde la requieren. Como se dice en estos tiempos de pantallas, es todo un personaje. Complementa y suplementa con su presencia y observaciones. Si había que reinventarse más allá de las canciones, es de las aventajadas. Es de las que ha sabido aguantar el genio y lo que dicen los contratos en el sinuoso corazoneo de Telecinco.
En estos tiempos más recientes María y su esposa, directiva de la redacción en Canal Sur, han vivido la liberación y relajación de haber anunciado su sexualidad (no hacía falta, pero en verdad era necesario para ellas) y por contra se vieron envueltas en el suceso del robo violento en su domicilio que, pase lo que pase, será un trauma imposible de asimilar del todo. La concesión de la medalla le hace justicia. Lo que no fue justo en su momento fue dársela a Chiquito de la Calzada, una figura de relevancia popular en toda España, ya muerto. María del Monte está viva y 'revivida'.
Tal vez con la naturalidad de la euforia ("de la emoción") del momento Inmaculada Casal quiso despedirse de su esposa como hace cuando ella se marcha de casa, dándole un natural y cotidiano piquito, a lo que declinó con un poquito de guasa de contrariedad la cantante. Estaban en la resaca de un acontecimiento formal, ante las cámaras, en un acto institucional, rodeadas de autoridades... ("niña... has perdido la cabeza"). Hay gestos que se pueden quedar en la intimidad y nadie debería reprochar la decisión personal, de besarse o no, con alguien (incluso con su propia pareja) ante los demás. Ese debate parecía zanjado ya desde hace tiempo. Eludir un piquito (homosexual o heterosexual), por pudor, por oportunidad o porque sí, es una opción que no debería concitar polémica ni interpretaciones más allá de la libertad personal. Y está claro que cosas como lo de Rubiales no tienen ni punto de comparación.
Ni el Día de Andalucía ni las aludidas, observadas de reojo durante tantos años, se merecían ese runrún.
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