Toda galería que haya acogido la obra de Ramón Masats se ha convertido con ello en referente en el panorama del arte visual, como aporte a que la fotografía española alcance el merecido reconocimiento en el ámbito artístico internacional. El gran fondo de obras suyas ha dado fe de lo dicho en los muros y en las pantallas de las principales salas y ferias del amplio panorama abierto a las artes.

La Galería Blanca Berlín, por ejemplo, eligió la obra de Ramón Masats para inaugurarse ella misma, y el acierto fue absoluto porque Masats –Premio Nacional de Fotografía– era capaz de sintetizar en una instantánea todo el complejo movimiento de la vida y decir, sin poner solemne el gesto, que esa vida –ese algo entre dos nadas– pasa de largo en sus mejores detalles mientras hacemos o miramos otras cosas (Lennon) que nos ciegan con sus falsos brillos.

Un motivo cualquiera es en su obra el eje de todo un universo, que puede percibir quien mira las imágenes. Universo íntimo que a la vez es la forma que domina el cuadro, señal de los afanes humanos en el jadeo diario.

Las obras de Ramón Masats son una sugerencia que nunca se interrumpe. Tienen ruido ambiente, alma, voces que permanecen en el interior de cada marco y que, si se pone oído, cuentan las historias prietas que destilan. Cada fotografía ofrece una mirada sobre el mundo, lo que sitúa al artista entre los más grandes fotógrafos del siglo XX. Recordemos al seminarista-portero parando un balón a bocajarro. Aquí encontramos el Masats más arriesgado y aconvencional donde su obra adquiere un enfoque abstracto, conceptual, moderno. Armonía, orden y geometría en su más pura esencia. Un Masats del siglo XXI. No sería exacto verlo como “un artista puesto al día”. Son los días los que se van llenando del arte de los masats que van haciendo muescas en la tarja de la expresión, marcando con sus obras los niveles a los que se llega cuando se sabe ver la belleza y, además, captarla.

Emocionante, maestro.