No suelo ver los programas deportivos de la televisión aunque a veces les dedique poco tiempo.. Alguno resulta delirante. Sobre todo por la parcialidad de ciertos participantes y su pasión desaforada. Hace días con motivo del clásico, Madrid-Barcelona, y la polémica por el gol fantasma, - lance repetido insistentemente -, hubo otra jugada igualmente discutible y controvertida. Christensen se apoya en Kroos, impidiéndole el salto, para rematar a gol. La actitud del danés es punible, lo que invalida el tanto. En la discusión del programa de título nada deportivo y participación multitudinaria, donde predominan los partidarios del Barça – una especie de pasquín azulgrana -, incompatible con la condición de periodista deportivo, el gol se consideraba justo aún reconociendo la falta de Christensen. Es más: algunos afirmaban que es “falta pero yo no la pitaría”. Era una opinión muy generalizada a veces reiterada con discutible convicción. El lunes pasado nueva polémica sobre el Barça-Valencia y nuevas definiciones eufemísticas: “errores interpretativos o penaltis interpretables”.

En el fútbol la pasión suele superar a la razón. También en la política como reafirmación de reconocer el delito y no sancionarlo o a la realidad social y política de nuestro país – dominada más por la emoción que por el raciocinio - donde pretende aprobarse una amnistía que exonere a quienes cometieron delitos de flagrante inconstitucionalidad y absolutamente contrarios a los principios de un Estado de Derecho en el que, supuestamente, se desarrolla nuestra democracia o redactar la Ley de Memoria Democrática por quienes tantas veces la conculcaron. Como en el fútbol una sociedad sin escrúpulos se convierte en cómplice de una situación delictiva, que reconoce pero no sanciona y apoya con sus aliento o con su voto. Es más, el gobierno por mantenerse en el poder consigue su apoyo contando con quienes han vulnerado las leyes provocando un golpe de estado y consiguiendo por escasos votos convertir – “deus ex machina” – lo ilegal en legal. Todo ello por gobierno, por mantenerse en el poder, y sus socios con ausencia de ética y moralidad.

Y tras el trampantojo presidencial, lo que esperábamos: una maniobra artera para la supervivencia en el poder con el victimismo y el silencio para esas preguntas sin respuesta, la manipulación y la instrumentalización, de las que pasan muchos ciudadanos. La proclamación de la “regeneración democrática” debe empezar por su propio gobierno en lugar de enarbolarla como patrimonio personal: la democracia soy yo y el resto es reacción. O la amenaza del “punto y aparte”, especialmente encarnizada contra la oposición, los jueces y los medios informativos libres e independientes, que no deben sentirse intimidados por esta provocación al sentimentalismo de las masas y la movilización del voto emocional ni renunciar a su libertad de crítica e información. Hablar de política de la vergüenza suscita una pregunta: “¿Quién la practica?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios