Contaba aquí el otro día que don Manuel Zambrano, mi preparador de oposiciones, me pidió que fuese al psiquiatra. Yo quería dejar las oposiciones a judicatura, porque las veía incompatibles con la poesía y no digamos con el columnismo, y él, juez hasta la médula, no podía entender que alguien mandase la toga a hacer puñetas. Pensó que había perdido la cabeza, y quiso que un especialista le convenciese de que yo estaba en mis cabales.
Fui. La experiencia fue curiosa y, como un lector me ha pedido que la cuente y cada lector para mí es diez mil si es mi lector, me lanzo a rememorar el trance. El facultativo me espetó nada más entrar: "Así que tú eres el que se ha acojonado con las oposiciones". "Hombre…", empecé a decir yo. "Y tus pobres padres, ¿qué pensarán de haber tenido un hijo tan ilusorio, eh, que quiere dedicarse a los versitos? Qué decepción, los pobres…"
No me dejó contestar y pasamos a los dibujitos famosos de Rorscharch. Dócilmente empecé a decir lo que veía: dos mariposas, un baile coral, un león bostezando… y el psiquiatra se mesaba los cabellos y suspiraba con cara de enorme preocupación. Una enfermera que entraba y salía me miraba con congoja y musitaba algo entre dientes.
Luego mi hizo un test y, sobre la marcha, empezó a describir los resultados que veía: era cobarde, mentiroso, desleal, mimado y miserable… En ese momento, con todo respeto, le pregunté quién pagaría la consulta. Porque también tendría que añadir "bobo" a su caracterización de mi personalidad si pensaba que yo le iba a pagar por insultarme de ese modo desmelenado.
Rompió en una carcajada y diagnosticó: "Prueba superada". Me contó que había estado poniéndome al límite porque quienes tienen una pájara, una depresión de opositor o están profundamente desmotivados se vienen abajo y enseguida hipan su desesperación. Así que pagué la consulta y él explicó a mi querido preparador que, a veces, era posible no querer ser juez y no estar loco.
Ya no recuerdo cuánto me costó la consulta, pero fue barata, y un favor más que añadir a la lista de los muchos extra-jurídicos que me hizo don Manuel Zambrano. Porque desde entonces, cuando alguien o las circunstancias me aprietan mucho, y sucede a menudo, no puedo dejar de pensar que están probando si tengo o no tengo una pájara, y me río y resisto. No he vuelto al psiquiatra, pero no porque acabase descontento, sino porque aquél hizo muy bien su trabajo.
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