Análisis
Rafael Salgueiro
Conjeturas ante un nuevo mandato de Trump
Santa Marta
Si se trazan sobre un lienzo la calle Artesanos, la Avenida de la Cinta y la Avenida de Santa Marta la pintura que sale es un barco velero. Lo cierto es que lleva navegando, más menos, cuatro décadas gracias a sus marineros. Que son sus vecinos. Los que vinieron con el boom de las fábricas. De La Puebla, de Minas de Riotinto, de Nerva, de Niebla. Aquí soltaron amarras para hacer lo más importante que puede hacer una persona. Vivir. Y querer, claro. Porque ya comienza a tomar el relevo esa segunda generación de los que vinieron a ciegas, y ahora son los ojos que miran por el bien de su barrio.
"Decían que Santa Marta era la barriada que tenía más bares". El blanco y negro, Parque Moret, Leal, Sema, Burguer Pérez, Spencer, Opapis, El Goeri, La Bravatta. Algunos ya son historia. Otros son los mismos pero con distinto nombre. Y el resto sigue, con el propósito de reunir a sus vecinos alrededor de la alegría. Que son las barras de los bares. Una cerveza bien fría, una tapa de ensaladilla, una ración de chocos, incluso una pizza en su punto... algunos se van y otros vienen, pero lo clásico nunca muere. Y en Santa Marta es perenne por más incongruencias que diga el otoño.
Sobre esas hojas secas, que colorean de cobrizo las zonas peatonales renovadas, es donde se escucha el crujir de las pisadas de los vecinos. Que es el mejor patrimonio que tiene un barrio. "El 80% de los que vivimos aquí estamos desde el principio". Algunos, ya mayores, intercalan su día a día con los "campitos" que tienen en el pueblo; otros, que aseguran su futuro a este barco velero, reforman el interior de su camarote. Son las nuevas generaciones. Aunque el barrio no ha cambiado, el escenario tiene otra postal. Más nueva. Más moderna. Pero sigue siendo el mismo.
Ya no se pueden comprar chucherías en El Pitu, en el Barragán, o en el kiosco de Mónica. Pero hay otros kioscos. Tampoco se pueden sacar cintas en el videoclub, enamorarse de algún Chevrolet, o buscar un arreglo al ordenador en la tienda de informática de la plazoleta. Sí, es verdad. La vida sigue. Y los planes cambian. Ahora la tranquilidad se busca descubriendo sabores en la heladería; cada día empieza comprando el pan en La Espiga; y los coches se llevan a Morauto Automoción.
Y cualquier cosa. Lo que necesite, incluso lo que no. Todo. Está en algún pasillo del Super Bazar Dong Hai. Allí está Jian Li, desde hace 12 años. "Lo queremos muchísimo. Para mí es especial", reconoce una vecina. La realidad es que lo quiere incluso gente que no lo conoce en persona. Querer a alguien está relacionado con esa carcajada que nace de la más absoluta felicidad. Jian Li la saca desde hace meses a través de las redes sociales a España entera. Sin querer o queriendo se ha fabricado una marca personal vendiendo sus productos como no lo hace nadie. Atrás queda el trágico suceso de un incendio que apretó en un puño el corazón de los onubenses allá por 2017. Ahora, el panel que separa la distancia entre el vendedor y el cliente rebosa de páginas de papel para pedidos a toda España.
Cuando Santa Marta nació ya había un vecino. Que siempre ha estado ahí. Y siempre estará. Es la auténtica paz para el resto de vecinos. Incluso para los que no viven allí. Es el desahogo. Calmar el estrés. Respirar profundo. Reír. Jugar. Soñar. El 20 de enero de 1910 se inauguró lo que hoy se conoce como Parque Moret -antes, Segismundo Moret-. Está considerado como el Pulmón Verde de la ciudad. Es la naturaleza de Huelva. Doméstica y salvaje. Antigua y nueva. Es la tierra que también pisaron los que ya no están, pero que nunca se fueron. Es despejar la mente. Perderse y encontrarse. Y no parar de pasear. De vivir.
En su lateral, la Avenida de la Cinta, los vecinos reivindican una iluminación. En Navidad. En las fiestas de la Patrona. Piden color. Alegría. Que no se escape esa zona del barrio en esas citas tan entrañables.
La mejor ruta costumbrista solo puede acabar en el Bar-Terraza Parque Moret. Un establecimiento al que acude la gente del barrio y la que no. Hasta la televisión. Desde allí se vivieron los grandes éxitos de Carolina Marín porque es casi la segunda casa del IES La Orden. José Manuel González apostó en su día por la atención del bádminton. Y de más cosas. Todo el mundo termina repitiendo. La razón es muy sencilla. En Santa Marta siempre se llega a buen puerto.
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